domingo, 27 de febrero de 2011


C U E N T O   P A R A   D O R M I R
Cómo envidio a esos seres, que se duermen enseguida sin que sea necesario contarles un cuento. Que respiran tan hondo, que dicen buenas noches con la voz ya casi perdida en el primer sueño. Les suena el corazón a un ritmo como de cauce lento, tranquilo, pacífico y sin temor de un mal pensamiento.
 Sin embargo tu. Te tumbas mirando un techo que tiene miles de voces. Y las palabras de la lista que aún no has conseguido borrar se te aparecen de pronto, como interrogándote por todos los asuntos pendientes. Das una vuelta en la sábana caliente, otra vuelta más; esperando que este ángulo sea más cómodo, más silencioso.
 Agarro tu cabeza y hago enredos con mi mano en tu cabello oscuro. Pasando las yemas de mis dedos por tu nuca, dibujo una figura que no tiene límites, y recorre tus vértebras hasta la última.  Calmaría cada renglón de tus músculos tensos, con la silueta de ovejitas que pasan de una a una, saltando a tu regazo, haciéndose el rebaño tranquilo de mis dedos, de mi mano reunida que se balancea con cada uno de los altibajos de tu pecho.
 El ronroneo de los coches dispersos, que se pierden en el asfalto de la noche fresca. Un brillo en la ventana, quizás porque una luz permanece encendida, bañando ese cristal que está junto a la cama. Ya buscaste en todas las secuencias a cámara lenta de todas las películas japonesas. No se gastan las pesadillas, las palabras, los momentos en que la punta de tus pies se buscan una a otra jugando para que los minutos se distraigan y quizás, sin quererlo, un vacío repentino te adormezca, te canse, te cierre los párpados y la conciencia. 
 Ese papel no necesita más líneas, es mejor que descanses la mano. Déjala reposar en este lugar ajeno. Hay un desierto, repleto de arena tibia, que extiende su horizonte como esperándote, tendiéndote la cama de su suelo homogéneo. Allí los pájaros tienen un sonido nuevo. Cantan suave como a ras de suelo, y se contestan uno a otro conversando. Sus palabras son de ave y es imposible entenderlas. Pero su eco somnífero hunde tu carne hasta que todo es la misma arena, el mismo paisaje desierto.


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